Welcome to the suck

Esta es la frase con la que los marines americanos se refieren al infierno que es el desierto iraquí, en la nueva película de Sam Mendes, que vi ayer por la tarde.
Tercera obra de este joven director (tras las magníficas "American Beauty" y "Camino a la perdición") y tercera obra maestra del mismo. ¿Estamos ante un nuevo Orson Welles? Puede que sí.
Por mucho que algunos medios hayan afirmado que Mendes no se moja, o que la película es ambigua, yo creo todo lo contrario: tras verla se me han pasado por completo las ganas de apuntarme al ejército (y no es que las tuviera, precisamente). Como en "La chaquesta metálica" de Kubrick, una primera parte se dedica al bestial entrenamiento y lavado de cerebro al que son sometidos unos jóvenes estadounidenses (algunos sin demasiadas luces), que les convierten en unas máquinas de matar. Y claro, tras largos meses de espera en el desierto, la frustación de una guerra en la que no pegaron ni un solo tiro y que duró poquísimos días, les acaba pasando factura a algunos.
Con una fotografía excelente, unos intérpretes brillantes y algunas imágenes bellísimas (esas de los pozos en llamas y los soldados enfangados), la película de Mendes propone una reflexión sobre una guerra atípica, en la que nunca hubo un rival real. Los pobres iraquíes no opusieron resistencia, aunque a muchos soldaditos les hubiese encantado poder coserles a balazos.
Aunque lo que más miedo da es ver la capacidad de los militares para crear a auténticos tarados, que acaban desfogándose disparando al aire sus fusiles de asalto para celebrar el fin de una guerra que nunca debió existir.