6 de diciembre de 2005

Beigbeder,l'enfant terrible...venido a menos


Acabo de terminar "Windows on the world", de Frédéric Beigbeder, aquel joven escritor galo que se dio a conocer hace unos años por su exitazo "13,99 euros", donde despotricaba del mundo de la publicidad (al que se había dedicado, hasta que le echaron al publicarse dicha novela). Esa novela era una descarnada crítica en primera persona contra ese mundo, aunque al final de ella se le iba un poco la pelota y mezclaba un serial killer en la historia... Pese a todo, lo encuentro un libro excelente, a la par que provocador y valiente (y sí, también chulesco).
Antes de empezar "Windows on the world", me leí su novela precedente, "El amor dura tres años", en la que Beigbeder presenta esta teoría tan simple. Nos relata, también en primera persona, su (fallido) matrimonio, su posterior desintegración y el encuentro de un nuevo amor... Volvemos a tener ante nuestras narices a un escritor desvergonzado, que no se calla nada, y tremendamente pesimista. También me gustó mucho.
Sin embargo, "Windows on the world" no me ha acabado de convencer (aunque en el momento de su publicación, hace un par de años, recibió excelentes críticas). Esta vez Beigbeder se ha atrevido a dramatizar un tema muy peliagudo: lo que ocurrió aquel maldito 11 de septiembre de 2001. La titulación de los capítulos tiene su gracia, pues cada uno transcurre sucesivamente en un minuto, desde las 8h30 hasta las 10h30 de la mañana de ese día (momento en que cayó la segunda torre). Pero se van intercalando en ellos dos narraciones: una ficticia, que recrea los momentos de angustia y terror de un padre de familia atrapado con sus dos hijos pequeños en el restaurante (que da título al libro) de las Torres Gemelas, y otra del propio Beigbeder, que hace observaciones sobre su propia vida (como no) , el día del atentado y sus motivos para escribir este libro.
En un principio la cosa tiene interés (pese a saberse de antemano el funesto final de la trama ficticia), pero a medida que pasan las páginas las disquisiciones de Beigbeder empiezan a hacerse pesadas, sobre todo cuando visita Nueva York y recorre los lugares de Wall Street en los que había estado hacía años. La llama de Beigbeder parece haberse apagado, y no tener tantas cosas interesantes que explicar, abordando temas recurrentes (sus fracasos sentimentales, o su carácter de pijo revolucionario).
No sé, pero me esperaba un poco más del autor que me hizo vibrar con sus dos libros precedentes. Veremos que nos depara su próxima obra.

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