9 de octubre de 2007

Crónicas indianas (0)

INTRODUCCIÓN

Este libro que tenéis entre las manos es simplemente el relato de mi primer (y de momento único, aunque espero regresar algún día no demasiado lejano) viaje a la India, durante los meses de febrero a junio de 2002. No quiero explayarme sobre las razones que me llevaron a visitar este gran país (en todos sus sentidos), aunque me gustaría reconocer que mi principal fuente de inspiración fueron las magníficas crónicas publicadas en la web de Geoplaneta de mi amigo y compañero periodista Ricardo Mir. Fue al leer sus fascinantes escritos en directo (durante la primavera del año 2001) que me entraron unas ganas enormes de visitar este país. El hecho que su autor viajase solo y sobreviviese a la experiencia, acabó por convencerme de intentar algo semejante.
Y no fue hasta febrero de 2002 que pude embarcarme en esta aventura. Durante el mes anterior, me dediqué a vacunarme contra distintas enfermedades y a preparar mi itinerario. Para evitar el progresivo calor del sur y el frío reinante en el norte, empezaría mi viaje por Bombay y me desplazaría hacia el sur, a las conocidas playas de Goa. Posteriormente, seguiría siempre en dirección al sur, parándome en lugares tan singulares como Hampi, que Ricardo me había recomendado encarecidamente no perderme. Visitaría la moderna ciudad de Bangalore (conocida como la “Silicon Valley” de la India) y llegaría hasta la bonita capital del estado de Kerala, Cochin.
No obstante, también acabaría visitando lugares que en principio no tenía planeados, como las hermosas playas de Varkala, las inolvidables y casi vírgenes Islas Andaman o la pequeña y acogedora localidad de Dharamsala, donde vive exiliado el Dalai Lama, a los pies de la cordillera del Himalaya.
En mi recorrido tampoco podían faltar ciudades de visita obligada como Calcuta, Delhi o Varanasi (Benarés), ni regiones tan turísticas e interesantes como el Rajastán.
De todas maneras, hay muchos lugares a los que no pude o no quise llegar (y luego me arrepentí, como las cuevas de Ajanta y Ellora, o sitios como Bodhgaya, Rishikesh o Manali). Pese a esto, creo que visité un gran número de lugares. Vamos, que no perdí el tiempo.
Con sólo una mochila (demasiado cargada ya de entrada) a mis espaldas, me pateé una buena parte de la India y, sobre todo, conocí a cantidad de jóvenes como yo, que hacían del Viaje casi una forma de vida. Algunos de éstos eran unos verdaderos conocedores del país, y volvían a él siempre que podían. Otros, los menos numerosos, sólo estaban de paso en un muy breve lapso de tiempo, durante sus vacaciones.
La mayoría de los mochileros son viajeros de larga duración, es decir de unos cuantos meses. Cada uno tiene sus razones para estar allí. Algunas de éstas son puramente hedonistas, otras son culturales, las hay espirituales...
En fin, volviendo a mi viaje, lo que relataré a continuación, a modo de diario (aunque fue escrito a mi regreso: durante mi periplo tomé notas y escribía unas crónicas cada tres o cuatro días en mi web personal) es ni más ni menos lo que me sucedió en ese lapso de tiempo. No pretende ser una guía de la India (para ello ya hay algunas magníficas) ni un libro de consejos, aunque de su lectura se pueden extraer algunas recomendaciones que pueden ser útiles para los viajeros sin experiencia. No me gustan especialmente las descripciones farragosas, por lo que reduciré éstas al máximo, aunque siempre es necesario dar una pincelada de color.
La India es un país que huele a muchas cosas y muy distintas. Esto se da sobre todo en las grandes ciudades, donde choca encontrarse con una gran mezcla de fuertes especies, mal olor y otros aromas más o menos agradables bastante difíciles de identificar.
La segunda cosa que más sorprende es la superpoblación existente. Las calles están abarrotadas a todas horas, y el caótico tráfico reinante es sencillamente demencial.
Otra aspecto que impacta de las grandes urbes, al principio, es su gran suciedad y el estado lamentable y destartalado de las aceras.
Y como no, y quizás lo más importante, la pobreza y miseria que se halla en todos lados, y muy especialmente en los escalofriantes suburbios de las megalópolis. Un occidental ha de acostumbrarse a ser una especie de “diana” andante para todo tipo de gente: desde lisiados, pedigüeños, niños, timadores, vendedores de todo tipo, conductores de rickshaw o simplemente gente que querrá entablar conversación con nosotros por el simple hecho de ser distintos a ellos. Las preguntas suelen repetirse, y entre ellas no faltan las que hacen mención a nuestro nombre, país de origen, situación profesional, estado civil, y muchas otras cuestiones personales que en nuestro país ningún desconocido se atrevería a formularnos. Pero la India es así, y para bien o para mal nos tendremos que acostumbrar a ello. Por esto es necesario armarse de paciencia, mucha paciencia. Y si no queremos ser molestados continuamente, tenemos que evitar ir vestidos en lo posible como típicos turistas, aunque eso sea difícil, y porque pese a todo el camuflaje, se nos ve a la legua. No hay que agobiarse, sino acostumbrarse a esta nueva situación.
Lo más difícil, sin duda, es llegar a un nuevo lugar. Una vez desembarcados del tren o autobús, nos asaltará una horda de conductores de rickshaw para conducirnos a nuestro hotel o pensión. ¡Mucho cuidado! Aparte del precio abusivo que nos querrán cobrar (al llevar la mochila a cuestas somos mucho más vulnerables), intentarán convencernos para que vayamos a un establecimiento de su elección, bajo pretexto de que el nuestro ya no existe, o se ha quemado, o cualquier otra invención del estilo... Esto afortunadamente no siempre es así, pero vale la pena estar prevenido. También nos preguntarán cuanto tiempo llevamos en India, y según nuestra respuesta calibrarán nuestro grado de experiencia. Insisto en este punto: la mayoría de conductores de rickshaw serán nuestros mayores enemigos durante todo nuestro viaje.
También tendremos que acostumbrarnos a regatear. A alguna gente se le da muy bien, y otros, como yo, odian hacerlo, pero no queda más remedio. No puedo decir una regla exacta, pero un consejo es no mostrar demasiado interés en un objeto, y si es necesario, incluso salir de la tienda. Los comerciantes ya se encargarán de que volvamos, mediante una sustancial rebaja de precio. Pero tampoco hay que ofender a nuestro interlocutor con un precio irrisorio, puesto que para nosotros todo será baratísimo.
Tras estas breves indicaciones, pasaré directamente a mi relato. A lo largo de él se pueden encontrar muchas más reflexiones de este tipo.

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