20 de junio de 2006

El texto de Llavina

Lo prometido es deuda. Gracias a mi apreciado Jordi S., puedo colgar el artículo de Jordi Llavina aparecido el pasado miércoles, y que traerá cola (por cierto, tampoco se queda corto el de otro colaborador de Benzina, Enric Vila, referente a Empar Moliner, que saldrá en el próximo número de esta revista). Aquí lo tenéis:

El factor Martínez

El columnista Guillem Martínez publica, en el último número de Benzina,un
artículo titulado El factor Espriu que, por derecho propio, ya merece
figurar en las antologías recientes del disparate. Ahí tenemos una nueva,
valiosa aportación de su estilo paródico y onomatopéyico al acervo
periodístico del ji-ji, ja-ja. Pero, atención: el final resulta prodigioso;
y su intención, clarividente. Trataré de explicar por qué.
Afirma Martínez que en todo este fregao de la cultura lo que cuenta es la
publicidad. Sin ella, digo yo, un gran escritor no dejaría nunca de ser esa
lata del autor de culto,que es una condición que suele velar por la
posteridad del nombre, pero que se despreocupa por entero de la jodida
existencia de muerto de hambre del hombre.
Sostiene Martínez que, para el caso catalán, Espriu usó de un modo ejemplar
la publicidad. Algo que le fue siempre ajeno a Gabriel Ferrater (?). Porque
lo que de verdad tiene gracia - o delito- es la contraposición que establece
entre los dos. Espriu resulta, de entrada, intraducible bueno, de fireta,que
viene a ser lo mismo- con una cultura de pacotilla". Que se lo cuente, entre
otros, al bueno de Harold Bloom. ¿Cultura de pacotilla, Espriu? Bien, acaso
de cultura pop sabía lo que los Estopa de bel canto.Sigamos. Yo no es que me
entere mucho, pero me da la impresión de que sólo con la novela Laia - un
prodigio de lengua- y el libro de poemas Cementiri de Sinera - un hito de
depuración formal y de complejidad-, Espriu ya merecía la gloria. No sólo la
gloria catalana, que resulta baja de techo, sino la gloria en un sentido
lato y alto.
Por lo que respecta a Ferrater (que también la merece), leemos:
"Usuario de algo muy contemporáneo que, al fin y al cabo, se ha impuesto en
la cultural actual. La cosa lúdica" (plas plas). El que se imponga algo, por
lo visto, es criterio inalienable de calidad intrínseca. Vaya, hombre. No
contento aún, Martínez firma esta barbaridad: "Ferrater es un autor
inexistente (sic) en la cultura - poco citado, poco reeditado, poco valorado
(sic)".
Edicions 62 / Empúries han reeditado, de una década para acá, sus tres
soberbios poemarios, así como sus lúcidos ensayos y colecciones de
artículos. Por otro lado, ¿es que acaso este hombre no ha repasado la
ingente bibliografía que suscita la literatura de Ferrater? Tómese sólo la
molestia de dar un vistazo a los libros de Núria Perpinyà y Jordi Julià para
cobrar conciencia de la importancia de su obra - sobre todo, pero no
exclusivamente- poética y de su plena vigencia. Lea, en la novelita de Justo
Navarro, la fascinación que sigue provocando hoy en día el personaje (con
jeans, bebiendo gin). Ferrater, en efecto, se lo pasaba bien - y algo de ese
pasarlo en grande se vierte a su obra, que nos lo hace pasar bien a los
lectores. Espriu, claro, era un muermo (un ensopit).Martínez dice que entre
los dos se "libró una batallita curiosa". Entre "dos modelos de lengua"
(¿hein?)y entre "dos modelos de literatura e intelectual" (¿hein, hein?).¿Se
imaginan contraponer a Cernuda - moderno- con Guillén - encopetado y puro?
Es desalentador constatar que los topicazos siguen barriendo en cierta
opinión pública. Sólo faltaba añadir que Espriu era un tacaño del copón. O
que el suicidio del de Reus le granjeó algunos lectores morbosos a
posteriori. Ahora bien, Martínez consigue, en su artículo, algo en verdad
muy admirable: disfrazarse de publicista. El producto elegido para su
promoción - Guillem Martínez- se publicita a las mil maravillas. Diciendo
tonterías a troche y moche, pero qué más da. Eso es la posmodernidad, puaj.

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