29 de enero de 2008

Una tarde provechosa

La pasada tarde del viernes me la tomé libre, para hacer lo siguiente:
- visitar la exposición "Bodies"
- ver "Hacia rutas salvajes"
Posteriormente remataría la jornada cultural con el aburridísimo concierto de la actriz Juliette Lewis, pero vayamos por partes.
Hacía tiempo que le tenía ganas a "Bodies". Solo me tiraban para atrás las multitudes que presumiblemente abarrotaban el museo de las Drassanes. Por ello opté por pasarme un viernes a primera hora de la tarde (decisión muy acertada). Lo peor de todo, el precio. Pagar 19 euros (el carnet de periodista no cuela) lo encuentro un soberano timo. Supongo que los estudiantes de medicina se la pueden ahorrar, pero para el resto de los mortales interesados en la anatomía vale la pena. Y es que no cada día se puede contemplar el interior de nuestro organismo de una manera tan explícita. Eso sí, después de visitarla, ya no será lo mismo cortar jamón, o incluso pavo... Porque todos esos músculos tan gomosos recuerdan horrores a los otros manjares... Caso aparte es la habitación con los fetos. Un cartel nos advierte que quizás no nos apetece entrar en ella (soberana tontería, me huelo que el efecto deseado es justamente el contrario: que la visitemos). Muy efectiva también la coloración del sistema nervioso mediante un elaborado proceso, que recuerda a unos corales marinos. Y al final, hay un mostrador con una estudiante de enfermería que permite tocar algunos órganos (un cerebro, un riñón...). No pude resistirme a la invitación, pese a que parecían de plástico.

Más tarde, en el Renoir Floridablanca disfruté como un enano de la cuarta película dirigida por Sean Penn. Pese a dar alguna que otra cabezada en su primera media hora (un tanto lenta), conseguí vencer el sopor y dejarme llevar por la belleza de sus paisajes, de la música de Eddie Vedder y de la fascinante historia (real) de su protagonista. Un joven que después de licenciarse lo deja todo para viajar (o vagabundear, como le gusta decir) a lo largo de Estados Unidos. Pese a que su desconocido actor, Emile Hirsch, no acaba de convencerme (su cara me recuerda un poco al bufón de Jack Black), el film está plagado de secundarios excelentes que sirven de muy efectivo contrapeso. Su filosofía de vida también la comparto, aunque mi espíritu aventurero no llega a tanto como para adentrarme solo en los bosques salvajes de Alaska...

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