20 de junio de 2007

El Sónar (y los transportes públicos)


Vamos por partes. Primero detallar la nueva odisea que supuso volver a casa el viernes por la noche. Esta vez no quise arriesgarme a repetir el espectáculo dantesco de la noche anterior, con los taxis mafiosos haciendo de las suyas, y opté por esperar prudentemente hasta casi las cinco de la madrugada para probar a regresar con los ferrocarriles catalanes y su flamante nueva estación de Fira. El lugar, situado a apenas cinco minutos del recinto ferial, es espectacular: el IKEA se encuentra al lado, y se están construyendo multitud de nuevos edificios. Parece un nuevo Fórum.
Ahora bien, si en teoría los ferrocatas abrían sus puertas a las 5 de la mañana, no sé por qué coño las rejas de dicha estación permanecieron cerradas hasta pasadas las cinco y media (con la consiguiente pérdida del primer tren a plaza España). Bien, tan solo éramos unos pocos los que esperaban desesperados que se dignasen a abrir las puertas, pero oí decir a alguien que había escuchado que el segurata no se atrevía a abrir ¡porque estaba solo! Dios mío, un festival con 20.000 asistentes y solo un segurata en el metro, ¿que no se atreve a abrir las puertas? Esto es peor que el tercer mundo... En fin, que lo del transporte público en Barcelona tiene mucha, mucha tela. La noche del sábado opté por la directa y compartí un taxi con dos compañeros de Benzina hasta plaza España.
En cuanto a las actuaciones, el viernes después de los Beastie vi el final de Cornelius, un japonés ecléctico que no me apasionó. Lo mejor fue el insólito espectáculo también nipón, "Romantica", en el que unas mozas de muy buen ver hacían un striptease light (se quedaron en ropa interior) bajo música techno atrotinada... Lástima que solo durase media hora... Y antes de largarme, estuve viendo al rapero londinense Dizzee Rascal, que tampoco me acabó de convencer pero que al menos me entretuvo más que cuando hizo de telonero de los Red Hot Chili Peppers en su gira del año pasado.
Lo mejor de la noche fue que conocí a un chaval llamado Bruno, con el que hice buenas migas mientras esperábamos los ferrocatas. El tío insistía en que yo me parecía a un colega suyo apodado Hip, muy friki de los juegos de rol (yo no he jugado nunca a éstos).
El sábado por la noche asistí al estupendo concierto de los veteranos Devo, que no había escuchado nunca pero que me encantaron. Pese a sus barrigas y calvas, su música sonaba fresca y actual (Franz Ferdinand y otros grupillos se han hartado a copiarles descaradamente). También tuve tiempo de ver un par de canciones de la neumática y recauchutada Alaska (con una puesta en escena y unos drag queens de lo más kitsch), y de asistir a gran parte de la actuación de Mogwai, siempre grandes y ruidosos en directo. El rapero Rahzel me decepcionó respecto a su show del año pasado, porque no paró de hacer pausas innecesarias y cantar demasiadas versiones. Eso sí, su capacidad para marcarse ritmos con la voz es alucinante. Y finalmente me marché tras ver algunos temas de la Mala Rodríguez. Estaba muerto.

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