29 de octubre de 2014

Pinguïnos, lobos marinos y glaciares

Tengo muchas cosas que contar, así que iré al grano. El sábado pasado fuimos a Punta Tombo, a ver pingüinos. Un largo viaje en un minibus no demasiado cómodo, pero que valió la pena. Vimos muchos de estos animales, a lo largo de un camino de tierra de casi dos kilómetros que transcurría en paralelo a la playa. Lo más curioso es que algunos pingüinos lo atravesaban para llegar al mar, y nosotros teníamos que cederles el paso en el que caso que intentaran pasar. Había muchísimos turistas, pero por suerte se repartían a lo largo de todo el paseo, que tenía diversos miradores. Después de un par de horas, comimos allí y luego visitamos un pequeño museo vecino de la reserva natural. De regreso al hotel, acabamos cenando de nuevo en los Buenos Hermanos, donde nos encontramos con unos catalanes que viajaban por Argentina y que nos recordaron que fuéramos a votar el 9-N. Luego nos fuimos a dormir pronto, pues al día siguiente volvíamos a madrugar.

El domingo fue nuestro último día en Puerto Madryn, una localidad pequeña y tranquila de playa, pero sin demasiado encanto. Antes de volar de regreso a Buenos Aires, hicimos snorkel con lobos marinos. Me lo había recomendado mi amiga Núria, que hacía 3 semanas lo había hecho allí mismo, y fue realmente sensacional. Lídia y yo nos pusimos un traje de neopreno seco (más caro que el húmedo) para protegernos del frío del agua. Y embarcamos junto a un grupo de 6 (un español, un argentino y 4 alemanes) hacia la reserva dónde se encontraban los lobos marinos. Antes nos habían puesto un corto vídeo explicativo del entrenamiento necesario (para permanecer juntos y no asustar a los lobos). Solo teníamos 45 minutos en la reserva (pagamos por el vídeo), pero los aprovechamos muy bien gracias a nuestro instructor, apodado el gringo. Multitud de cachorros de lobos marinos se nos acercaron para jugar con nosotros. Incluso algún macho también vino. Aunque no paraba de entrarme agua en la máscara debido a mi bigote, fue genial. Una experiencia única totalmente recomendable. Luego comimos en el bistró de la playa antes de volar a Buenos Aires.

Al llegar a la capital, a media tarde, Fabiana nos vino a recoger al aeropuerto internacional y nos dio un tour en coche por el centro de Buenos Aires, Puerto Madero, precioso, el puerto y sus aledaños. Y cenamos en un restaurante mexicano de las afueras de la ciudad muy bueno. 

El lunes a primera hora tomamos un taxi hacia el aeroparque (el aeropuerto de vuelos nacionales que se encuentra en la ciudad) para volar hacia El Calafate. Cuando nos recogieron, nos enteramos que la excursión del miércoles, al parque natural chileno de Torrres del Paine, duraba 5 horas de ida y 5 más de vuelta, por lo que quisimos cancelarla y cambiarla por otra no tan cansada. Pero no nos devolvieron el dinero, una mierda. Después de dejar las maletas en el hotel, el acogedor Rincón de Calafate, caminamos hasta el centro (esta vez más cercano que en Puerto Madryn, a unos 20 minutos a pie) y tomamos una minivan gratuita hasta el museo del Glaciarium. Tras la interesante visita, bajamos (previo pago también) al bar de hielo, donde en 25 minutos había barra libre. Nos pusieron unas capas térmicas y unos guantes, y nos dieron un vaso de hielo. Yo probé un licor muy fuerte (no recuerdo el nombre) con coca-cola, y luego me tomé dos amaretos. De regreso, cenamos un cordero a la brasa buenísimo en el restaurante Rick's. 

Y hoy hemos hecho la excursión al glaciar Perito Moreno. Un bus nos ha llevado hasta el parque, que estaba a unos 80 km, por una carretera preciosa. Suerte que Lidia llevaba  algunos euros, porque yo me he olvidado de coger pesos, y no teníamos suficiente para pagar las entradas del parque (no aceptan tarjetas). Tras bajar del autocar, hemos tomado un barco que nos ha cruzado el río y nos ha dejado en un refugio. Un breve paseo por el bosque y nos hemos puesto crampones para subir al glaciar. Y hemos caminado sobre éste más de hora y media. Los guías eran muy amables. Luego hemos comido un bocadillo por allí y tras coger otro barco y un bus, hemos llegado al otro lado del glaciar, donde hay unas pasarelas enormes para verlo. Lástima que soplaba un viento helado, y no nos hemos quedado demasiado. De regreso a El Calafate, hemos intentado, en vano, que nos devolvieran el importe de la excursión a Torres del Paine. Al final hemos pagado en otra agencia por otra más relajada a Estancia Cristina: navegación al lado de témpanos de hielo y luego ruta en 4x4 más visita turística al museo del pueblo. De todas formas, nos vienen a buscar a las 7 de la mañana y regresamos a las 9 de la noche... Después hemos cenado una pizza muy buena en el restaurante La lechuza y ahora nos vamos a dormir. 

Pasado mañana regresamos a Buenos Aires y nos quedamos allá hasta el sábado. Supongo que escribiré la última entrada de este viaje en el blog de aquí a un par de días.  


















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