6 de septiembre de 2008

El gran salto

Por motivos de trabajo, he pasado los últimos cuatro días en la Costa Brava, acompañando a tres periodistas alemanes.
Primera observación: tan solo uno de ellos (una mujer encantadora) hablaba un inglés decente. Los otros dos (a los que apodaré el cachondo y el rarito) apenas balbuceaban cuatro palabras de la llamada lengua internacional...
Esto ha supuesto que me haya tenido que cascar muchas comidas y cenas (en restaurantes excelentes, todo sea dicho) como un auténtico invitado de piedra. O sea: sin tener ni pajolera idea de lo que decían (porque, a parte de alguna puntual traducción de la voluntariosa periodista, el resto era en alemán puro y duro...).
Hasta aquí los inconvenientes (bastante molestos, por otra parte). Pese a la barrera del idioma, no he tenido problemas con ellos (bueno, a veces el cachondo se portaba como un niño malcriado, y rechazaba un suculento menú degustación, exigiendo en su lugar una ensalada y una sopa...).
Lo bueno, y de eso trata este post, es que he podido volver a saltar en paracaídas (en tandem, no jodamos) en Empuriabrava. Hace ya una lejana década, tuve la oportunidad de hacerlo con un colega, apoquinando religiosamente por entonces unas buenas 20 o 25.000 pesetas, creo recordar. Entonces no opté por un fotógrafo (que incrementaba el precio notablemente), pero después del salto me arrepentí.
Ahora, gracias a que el periodista rarito tenía problemas de espalda, he podido volver a saltar (por la patilla, y con fotos, que cuelgo seguidamente).
Y he disfrutado de la experiencia mucho más que la primera vez, porque ya sabía lo que había. Pese a todo, en los momentos previos al salto desde la avioneta, se te ponen los pelos como escarpias. Es una sensación única la de tirarse a 4.000 metros de altura y sólo cuando se abre el paracaídas y notas un terrible tirón en el arnés que te sujeta los muslos, despiertas de un sueño del que querrías que no acabara nunca. Lo bueno de saltar en Empuriabrava (aparte que la altura es mucho mayor que la del aeródromo de Sabadell), es la magnífica vista que tienes de la bahía de Roses y de los canales de esa localidad.
Además, esta vez mi monitor se lo tomó con calma (no como el anterior, que empezó a hacer giros y giros, y me llegué a marear) y el descenso con el paracaídas abierto fue mucho más plácido (pese a la molestia del arnés opresor de muslos).
El próximo lunes me vuelve a tocar ir a la Costa Brava, esta vez con periodistas holandesas (espero que hablen mejor inglés...), y aunque no creo que pueda volver a saltar, me encantaría volver a hacerlo... Ahí van las fotos.

Justo después de saltar (nótese la cara de acojone)

Parece como si cabalgáramos a lomos del avión...


¿No está mal la vista verdad?

Buen rollito en el aire...

El paracaídas a punto de abrirse (¡Dios, vaya tirón!)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La Montse també ho va fer al mateix lloc i va flipar. La vista és collonuda, no?

Anónimo dijo...

Hugo!!! El azar me lleva a tí!! Cómo puedo escribirte o contactarte? Yo tengo el móvil de siempre... o mira la web http://mirmanda.blogspot.com

Por cierto, qué guapo estás justo cuando vas a saltar eh!! ;)))

Un abrazo y me alegro de situarte!

Oscar J.