31 de octubre de 2007

"Invasión", o el contagio por vomitera


Francamente, no entiendo las malas críticas que ha cosechado esta nueva versión de "La invasión de los ladrones de cuerpos". Y es que "Invasión" es una cinta quizás no notable, pero sí solvente y entretenida. El único punto negro es su final, que me guardaré aquí de desvelar.
Lo mejor es la manera en que los alienígenas contagian el virus: una tremenda y escatológica vomitera... Otros dos puntos a su favor: el hecho de que para no convertirse, no hay que dormirse (que remite directamente a la gran "Pesadilla en Elm Street") y el apunte de ligera crítica social al resaltar que los humanos son más malos con sus guerras que los propios invasores.
Por lo demás, Nicole Kidman más guapa que nunca en un papel de heroína y abnegada madre, y Daniel "James Bond" Craig haciendo de efectivo comparsa. Pero el premio se lo lleva uno de los niños, en su papel de diabólico mequetrefe.
De acuerdo, la cinta no es la tremebunda "28 semanas después", pero ni de lejos merece el aluvión despectivo que le ha caído encima. Contiene algunos momentos de tensión destacables, aunque la original, que vi de pequeño y cuyo final me marcó profundamente, siempre prevalecerá, por descontado.

Soltemos lastre...


Si un jugador que no acaba (casi) ningún partido nos cuesta 10 millones de euros, por mucho Ronaldinho que sea, lo mejor es desembarazarse de él. Si encima el muy cabrón no va a entrenar y no es ni la sombra de lo que fue, entonces el despido es obligado (y fulminante: diciembre aguarda a la vuelta de la esquina).
El problema es que dicha "joya" ya no la quiere nadie. A ver quién es el rico que quiere hacerse con semejante chollo... ¿El Milán quizás? Esperemos, porque sino estamos bien jodidos. Ya lo dije en su momento, y no me cansaré de repetirlo: ¡a la puta calle, hombre!

30 de octubre de 2007

La muerte os sienta tan bien

Increíble pero cierto. Los fabricantes de ataúdes también tienen derecho a promocionar sus productos de manera imaginativa. Para ejemplo, el de un italiano la mar de espabilado...


29 de octubre de 2007

Excelso final de "El ala oeste"


Las dos últimas temporadas de "El ala oeste de la Casa Blanca" son para quitarse el sombrero. Aaron Sorkin, su creador, abandonó el barco al final de la cuarta, pero la estructura que dejó era tan maciza que de su ausencia no se resintió ni un ápice esta magnífica serie, una de las mejores del panorama televisivo actual. La sexta y la séptima temporadas no se venden todavía en nuestro país (misterio insondable), pero gracias a Amazon cualquiera puede hacerse con ellas.
La penúltima temporada es la de los grandes cambios. Muchos de los protagonistas cambian de trabajo o de posición, pero siguen apareciendo en la misma. Ésta se centra en la búsqueda de un candidato demócrata (y otro republicano) para las próximas elecciones. Apasionante. Ya en la séptima y última temporada, los candidatos elegidos se sumen en el infierno de la campaña electoral, con un capítulo íntegramente dedicado a un debate televisivo (realizado en directo). El presidente Bartlett (soberbio Martin Sheen) tiene menos protagonismo que nunca, pero también sufre lo suyo. El que gana indiscutiblemente con esta nueva orientación es Josh Lyman (genial Bradley Whitford), que es el asesor principal del candidato presidencial de los demócratas, un hispano idealista y comprometido con la educación (estupendo Jimmy Smits). Su contricante es un republicano honesto y moderado interpretado también de fábula por un ya muy mayor Alan Alda. Resulta curioso que mientras duró esta serie, en la realidad se hallaba el peor presidente de la historia de los Estados Unidos: George W. Bush. De haber existido un presidente como Jed Bartlett, otro gallo cantaría en Estados Unidos (y por extensión en el mundo).

In-Edit: dos vicios en uno


El In-Edit, festival de cine documental musical, reúne dos de mis vicios preferidos: el cine y la música. El pasado viernes vi "Oasis: Lord don't slow me down" y "Global metal". El primero de ellos es un correcto film de la última gira de los hermanos Gallagher donde vuelve a quedar en evidencia lo subnormales y gilipollas que son (especialmente Liam). Tiene no obstante algún momento estelar, como la celebración del cumpleaños del mismo con la participación de un par de enanos contratados para la ocasión. Momento freak por excelencia.
"Global metal" es otra cosa. Es la continuación de "Meta: a headbanger's journey", un estupendo documental que ganó el año pasado el premio del público (y que me perdí lamentablemente). En esta ocasión su director y metalhead viaja por diversos rincones del globo a la búsqueda de heavies. Tremendo. Brasil, Japón (país de frikis por excelencia), India (deu n'hi do también...), China, Israel, Dubai, Indonesia... Un estudio interesantísimo (aunque uno no sea seguidor del rock más duro) sobre las motivaciones de los jóvenes seguidores de dichos lugares. Es muy probable que se vuelva a llevar el premio del público.
El sábado hice un triplete: "Franz Ferdinand: Rock it to Rio", "Love story" y "Unseen Beatles".
El de mis adorados Franz Ferdinand (por cierto, de lo más recomendable "Sound Bites", libro de su vocalista Alex Kapranos sobre sus comidas por el mundo) está dirigido por Don Letts, un experto en la materia (en el festival presenta nada menos que cinco films), pero en esta ocasión no deja de ser un pelín decepcionante. Pese a las agradecidas imágenes de la preciosa Río de Janeiro, la película abusa de demasiados temas repetidos (parece que el grupo no tenga más de tres o cuatro canciones) y de la aparición de fans brasileñas que no vienen al caso. Pese a todo, es una pieza muy recomendable para sus fans. Al contrario que los hermanos Gallagher, Kapranos y compañía son unos tipos encantadores.
"Love story" es la historia de Love, grupo de finales de los sesenta que no conocía, y que no llegó a ser tan popular como The Doors porque su excéntrico líder Arthur Lee no le apetecía ir de gira. Pese a pegar unas cuantas cabezadas iniciales, la cosa se pone interesante y hay algunas perlas impagables, como las declaraciones del primer batería, Snoopy, sobre su expulsión del grupo. Finalmente, "Unseen Beatles" es un pequeño timo de la BBC. Un documental correcto sobre la tensión en las giras de los de Liverpool, pero que promete imágenes inéditas de su último concierto que nunca muestra. Un bluff.
Ayer domingo asistí al magnífico "Sigur Rós: Heima", un precioso documental sobre la gira gratuita que este grupo islandés dio en diversos lugares bucólicos de su país. A la belleza de su música se suman unas imágenes de naturaleza increíble que combinan a la perfección. Creo que puede ser otro de los ganadores de esta edición. Y las entradas estaban nuevamente agotadas. Luego vi "The Fall: the frightening and wonderful world of Mark E. Smith", otro correcto documental de la BBC sobre este particular personaje (del que desconocía casi todo).
Esta tarde acudiré a "Sonic Youth: Sleeping nights awake" , mañana a "George Clinton: tales of Dr. Funkenstein" (de Don Letts) y el miércoles acabaré con "Kurt Cobain: about a son".

25 de octubre de 2007

De obras: aqui no hay quien curre...


Estamos de obras en la oficina. Hoy finalmente han llegado los paletas. La mesa de mi jefe, a mis espaldas, ha sido convenientemente vaciada (garantizo que la pila de libros y papeles era un caos absoluto). Suerte que ya hemos cerrado el número de noviembre, sino me cuelgo del piso superior...

21 de octubre de 2007

Y sucedió el milagro


A veces la vida tiene finales imprevistos, y la justicia divina existe. Después de que nadie diese un duro por él, el finlandés de hielo Kimi Raikkonen se ha hecho con el mundial de Fórmula 1. Es un justo vencedor, pues ha ganado 6 grandes premios frente a los 4 de Fernando Alonso y los 4 de Lewis Hamilton. Y lo mejor de todo es que el equipo de McLaren se ha quedado sin nada. Hamilton ha tirado el campeonato por la borda él solito en las dos últimas carreras y Alonso no ha aconseguido aprovecharse de ello. Felicidades Iceman. Te lo mereces.

Parecidos más que razonables


19 de octubre de 2007

Heavy Trash is number one (y Mika también)



Bonitos regalos de cumpleaños (desde el miércoles ya tengo la edad de Cristo. Gracias a los que os acordasteis de felicitarme) han sido dos de los mejores conciertos a los que he asistido este año: Heavy Trash y Mika.
El primero de ellos, la noche del pasado martes 16, en un abarrotado Sidecar. Jon Spencer sigue siendo el número uno, pero no con la alicaída Blues Explosion, sino con su nuevo proyecto de rockabilly, Heavy Trash. Rock and roll 100% clásico y del mejor. Apenas 55 minutos de actuación, que supo a gloria (excelentes también sus teloneras, las jóvenes ninfas finlandesas Micragirls). Decir que Spencer es un animal de escenario es como descubrir la sopa de ajo, y por tanto gozar de la oportunidad de verle tan de cerca en esta cueva Barcelonesa fue un lujo. Los bises también fueron antológicos: sin electricidad, y con la gente coreando primero "Louie Louie" y luego "Wild Thing" (que suena idénticas, por otra parte). Y también se apreció el detalle de Jon de prestarse a firmar discos y hacerse fotos con sus fans tras su enorme actuación. La imagen es gentileza de mi amigo Ruben (en su último concierto antes de ser padre).
Y esta pasada noche, otro gran show el de Mika. Coñas varias entre muchas de mis amistades por demostrar sin ningún reparo mi devoción por tal chaval (mezcla bizarra de Robbie Williams, Freddie Mercury y Elton John, por poner tres ejemplos). Y es que creo sinceramente que su álbum de debut "Life in cartoon motion" es uno de los mejores de este 2007 (y así lo votaré en mi lista de favoritos, cuando se tercie). 12 temas de los que la mitad son auténticos hits rompepistas. Solo me faltaba la prueba del directo, y puedo decir que ésta la ha superado con creces. Eso sí, sobre el escenario se le nota mucho más toda la pluma que lleva dentro. Un gran show, tanto a nivel musical (impecable) como en cuanto a escenografía, con un final apabullante de confetti y globos gigantes a lo Flaming Lips. Y lo del Palau Sant Jordi con telones a mitad de escenario no es en absoluto mala idea (6000 personas acudimos, una mezcla de pijos, guiris, gays y freaks como un servidor). Al menos pilla mucho más cerca y suena mejor que el nefasto Pabellón de Badalona...

14 de octubre de 2007

Crónicas indianas (2)

Domingo 17 de febrero
Panjim
En el autocar que me llevó hasta Goa conocí a una pareja de americanos, Marc y Lorraine, con los que pasaría cerca de una semana, en las idílicas playas de este estado, el más pequeño de la India. Procedente de San Francisco, este matrimonio treinteañero era la antítesis del prototipo de viajeros que posteriormente he conocido: no fumaban (ni tabaco y aún menos canabis) y eran unos maniáticos de la seguridad y el orden. En el mismo trayecto hacia Goa, Marc no dudó en sacarle de la boca el pitillo que estaba fumándose un pobre indio y tirarlo por la ventana. Según el americano, no se podía fumar en el vehículo. Pero más adelante, cuando un grupo de jóvenes extranjeros encendieron un porro detrás de otro, Marc, a pesar de sus lógicas y furibundas protestas, no llegó a las manos con ellos. Otro detalle curioso que vale la pena mencionar del largo viaje fue la repentina aparición de una multitud de niños vendedores ambulantes de agua y patatas fritas, cuando el autocar se encontraba atascado a la salida de Bombay. Por no hablar del frío casi glacial que se desató bien entrada la noche. El problema: mi ventana estaba atascada y no se podía cerrar, y yo no disponía de ningún jersey para protegerme del gélido aire que entraba por ella (nunca hubiera imaginado que con semejante calor las temperaturas pudiesen bajar tanto).
Llegamos a Panjim, la capital de Goa, hacia las cinco de la mañana. Una vez allí pregunté al conductor en que lugar nos encontrábamos del mapa de mi guía (The Rough Guide). Su respuesta no se me olvidará nunca: “Aquí no sale”. Una de dos: o el hombre no tenía ni idea de cómo leer un mapa, o simplemente me estaba engañando (me inclino por la segunda, ya que habían algunos rickshaws esperando para llevarnos al cercano centro). Decidí juntarme con la pareja de americanos y siguiendo su consejo (y su buena orientación) nos fuimos caminando a la búsqueda de un hotel. Estuvimos dando vueltas cerca de media hora hasta que finalmente encontramos uno barato que salía en su guía (la Lonely Planet). Después de despertar a la gente de la recepción y echarle un vistazo a las habitaciones, caímos rendidos en nuestras respectivas camas hacia las seis de la mañana. En mi caso, no dejaron de irritarme unos sospechosos ruidos en el lavabo contiguo al mío, como si alguien se estuviera duchando durante una eternidad. Sobre las once de la mañana, con sesenta minutos de retraso sobre la hora para dejar la habitación (y sin que nos cobraran más por ello), dejamos el hotel y fuimos a desayunar. Lo hicimos en una pastelería, devorando deliciosos bollos y pancakes. Tras el ajetreo de Bombay, Panjim (o Panaji) me pareció un lugar sumamente tranquilo y hasta agradable. Sus casitas de influencias portuguesas y sus iglesias católicas me sedujeron a la primera. Después de saciar nuestro apetito tomamos un taxi hasta Old Goa, la antigua capital de Goa, a una quincena de kilómetros, y ahora una localidad totalmente en ruinas. Allí visitamos diferentes iglesias, como la de San Francisco de Asís y su museo arqueológico, o la basílica de Bom Jesus, donde se encuentra la tumba de San Francisco Javier, misionero jesuita del siglo XVI. Todo ello con nuestras mochilas a cuestas y bajo un sol de justicia. También nos acercamos a las ruinas de la llamada colina sagrada, donde contemplamos los restos de otros monasterios de la época. Luego tomamos un bus local hasta Panjim, y posteriormente otro hasta la localidad interior de Margao, situada más al sur. El paisaje, unos bonitos campos de palmeras, recordaba a Tailandia, según mis acompañantes. Desde allí, nos metimos en un tercer autobús que nos dejó en la playa de Colva, uno de los principales centros turísticos de Goa. Llegamos justo antes de la puesta de sol y pudimos disfrutar de ese precioso acontecimiento. Después de visitar un par de hoteles, encontramos unas habitaciones más que decentes en Sam’s, un edificio situado en segunda línea de mar. Esa noche probé el tiburón por primera vez, que resultó excelente, en un chiringuito playero llamado Lucky Star.

Lunes 18 de febrero
Colva
Pasamos un par de días en Colva en los que básicamente no hicimos gran cosa aparte de bañarnos y tomar el sol. La larguísima playa, de blanca arena y con poquísima gente (era casi finales de temporada, a mediados de febrero), no podía ser más agradable. El único problema eran los insistentes grupos de niñas que nos intentaban vender todo tipo de sarones (especie de tela que puede servir de toalla o de pareo). Dichas niñas tenían la virtud (o el defecto, según como se mire) de sentarse a nuestro lado y de repetirnos machaconamente las excelencias de sus prendas (y de sus precios). Después de un acoso semejante, y en un momento de debilidad, cedí y compré un bonito sarón de color violáceo. Pero las mocosas, en vez de agradecerme la compra y largarse a por otro cliente, insistieron en que adquiriera otro más (cosa que no hice). Otros personajes habituales de las playas de Goa son los temibles limpiadores de oídos. A mi me abordó inesperadamente uno de ellos cuando caminaba en dirección a la vecina localidad de Benaulim. Sin que me hubiese podido negar, ya me estaba hurgando en las orejas y extrayendo de ellas unas considerables cantidades de cerumen. Lo peor vino al final, cuando me enseñó su tarjeta de precios, y por el hecho de haberme sacado un par de piedras de cera me exigía la descomunal cantidad de 400 rupias (unos 10 euros). Le pagué menos de la mitad (tampoco tenía más dinero conmigo) y me sentí igualmente estafado.

Martes 19 de febrero
Palolem
Por la mañana tomamos un autobús hacia la bulliciosa Margao, y allí mis acompañantes enviaron un paquete postal a su hogar en Estados Unidos. Tarea de lo más complicada, por cierto. No es suficiente con hacerse con un cartón y cinta adhesiva. También se exige comprar tela blanca para envolver el paquete y coserlo (o bien manualmente, como hicieron ellos, o mediante los servicios de un sastre). Comimos a oscuras en un restaurante de Margao, pues a mitad del almuerzo se fue la luz (algo muy frecuente en toda la India) y tomamos un autobús que nos llevó a Palolem, otra localidad situada más al sur. Después de caminar casi dos kilómetros con las mochilas (los americanos no eran muy amigos de los rickshaws), estuvimos aproximadamente una hora buscando alojamiento. Gran parte de ello fue por culpa de mis compañeros, que no se decidían por nada e intentaban regatear miserablemente unas pocas rupias. Estuve a punto de enviarles a tomar viento y quedarme en uno de los múltiples locales que visitamos, pero finalmente encontramos unas habitaciones estupendas y baratísimas en casa de una simpática india llamada Rossy. No estaban en primera línea de mar, como la mayoría de cabañas, pero sin duda eran más que aceptables. Me parece que la mía era la habitación más limpia de todas (y son muchas) por las que he pasado en este viaje. Nada más instalarme, me fui directo a darme un chapuzón, pese a que ya no había luz diurna. Luego cenamos en un restaurante italiano, donde tomé una lasaña muy buena viendo un partido de la liga española: Real Madrid – Atlético de Bilbao (1-2).

Miércoles 20 de febrero
Palolem
Después de desayunar en una German Bakery (estos establecimientos se encuentran en los principales lugares turísticos del país), donde pudimos rellenar nuestras botellas de agua mineral con agua filtrada, alquilamos unas bicicletas y fuimos pedaleando hasta el pueblo vecino de Chaudi. Allí Marc compró una tela para hacerse una túnica a medida. Al cabo de una hora regresamos a la playa de Palolem, que con su forma de media luna y sus palmerales es sin duda una de las más bonitas del estado (o al menos de todas las que yo visité), y allí nos quedamos, disfrutando de una increíble puesta de sol desde una roca situada en un extremo de dicha playa. Por la noche, tras cenar en un aceptable restaurante mexicano, me tomé unas cervezas en un bar de la playa y conocí a una simpática pareja de ingleses, Mick y Julie, que desafortunadamente se marchaban al día siguiente. Estos me recomendaron visitar Ooty, un lugar situado más al sur, en el estado de Tamil Nadu. Lamentablemente, entendí mal el nombre y cuando descubrí su verdadera ortografía ya me encontraba demasiado lejos como para regresar. Sin duda será una asignatura pendiente para la próxima vez que regrese. Julie se fue a dormir a medianoche, y yo seguí conversando un rato más con Mick, que me contó numerosas anécdotas del país (era la tercera vez que venían aquí): como hizo una foto a unos cerdos que se estaban comiendo los excrementos del water (o más bien agujero), o que quería conducir un rickshaw al menos una vez (pagando lo que fuera para conseguirlo). Reconozco que me animó el poder hablar con alguien que no fuera mi pareja de viaje habitual...

Jueves 21 de febrero
Palolem
Volví a desayunar con los americanos en la German Bakery. Luego nos dirigimos a la playa, y más concretamente a su extremo derecho, donde se encuentra un pequeño islote al que se puede acceder caminando cuando la marea está baja. Marc y yo intentamos y conseguimos subir a la cima de la isla tras meternos por un caminito de lo más empinado y resbaladizo (a todo esto, yo llevaba unas chanclas de piscina, y no sé como no me maté), que no era ni mucho menos el sendero principal. Por suerte, de regreso si que encontramos el buen camino, mucho más agradecido. De todas formas, no dejó de ser una decepción el llegar hasta la cumbre, puesto que no había nada allí, ni siquiera una vista espectacular. Cuando tuvimos que volver a cruzar el mar hasta la playa, nos encontramos con que la marea había subido, haciendo el trayecto mucho más resbaladizo y peligroso. Yo tropecé y me mojé, pero por suerte llevaba la cámara en el bolsillo impermeable de mi toalla (que más adelante cambiaría por un sarón en el mercadillo de Anjuna). Comimos a una hora tardía en el primer chiringuito que encontramos. Después de echarme una siesta a la sombra de una barca de pescador, me encaminé solo al otro extremo de la playa, al mismo sitio que el día anterior, para disfrutar de la puesta de sol y esta vez tomar unas cuantas fotos. Por la noche, cenamos en un restaurante llamado Jackson’s, situado justo al lado de nuestras habitaciones, en el que no tenían menú, y en el que tardaron una verdadera eternidad en servirnos. Creo que tomé pescado, como siempre. Más tarde volví al bar de la noche anterior, y esta vez me entraron dos inglesas rollizas, Kathy y Becky, que estaban dando la vuelta al mundo en un par de años. Habían pasado un par de meses en Sudáfrica y acababan de llegar a India. Más adelante acabarían trabajando en Australia, como tantos otros viajeros que posteriormente conocí. Después de una hora, cansado, me retiré a mi habitación, y las dejé en el mismo lugar.

Viernes 22 de febrero
Panjim
Volvimos a desayunar en la German Bakery, aunque esta vez el filtro de agua no funcionaba y no pudimos reponer nuestras botellas. Me despedí de Marc y Lorraine, y tomé el bus hacia Margao, y posteriormente otro que me llevaría de nuevo a Panjim. Ellos seguirían hacia el sur, pero todavía no parecían tener demasiado claro hasta donde llegarían. Pasé una buena semana con los dos, aunque la verdad, ya tenía ganas de “recobrar mi libertad” de nuevo. Al llegar a Panjim me dirigí a una pensión de mi guía llamada “Orav’s”. No quise volver al sitio donde nos habíamos alojado anteriormente, más que nada por probar algo diferente. La habitación, pequeña y destartalada pero con baño, parecía adecuada para pasar una noche. Después de una refrescante ducha, intenté en vano encontrar un restaurante abierto, pero pasadas las tres de la tarde era algo imposible. Acabé comiendo en un local indio totalmente vegetariano, y eligiendo un par de cosas al azar, que no estuvieron mal, la verdad. Luego di un largo paseo por la ciudad, bajo un calor considerable. Intenté meterme en un cine, pero la película ya había comenzado hacía rato. Al final, a las seis de la tarde, me subí en un barco turístico que hacía un recorrido por el río Mandovi. La excursión fue normalita, pero lo más divertido fue el grupo de música y los bailarines que actuaban en una especie de escenario en la cubierta principal. Un pastiche bastante ridículo, pero curioso. Por la noche regresé al Hotel Venite a cenar. Y cuando ya me iba a acostar, escuché una música por una de las callejuelas, y me acerqué a ver que era. Entonces vi a un montón de gente, siguiendo una especie de procesión. Pregunté a un guardia qué celebraban y me dijo que era una fiesta sagrada en honor al Dios mono Hanuman, y que la gente se dirigía al templo. Decidí mezclarme con la muchedumbre, y ver todo aquel espectáculo fascinante. Conforme me acercaba al santuario, las calles se encontraban cada vez más atestadas, decoradas y llenas de tenderetes ambulantes. Finalmente, a un ritmo muy lento, conseguí llegar al pie de las escalinatas del templo. Allí muchas mujeres vendían flores para hacer ofrendas. Una vez arriba, me descalcé y penetré en el templo, que se encontraba abarrotado. Centenas de personas se arremolinaban en su interior para ofrecer sus regalos y recibir la bendición de los sacerdotes. Todo ello en un ambiente de lo más pacífico y alegre. De vuelta, apenas me crucé con algún turista extranjero. Lo mejor es que la gente en general no me prestaba demasiada atención (no me agobiaban pidiéndome algo). Era una noche de celebración, como de fiesta mayor. Me alegré mucho de haber podido acudir, aunque fuera de casualidad, a un evento de este tipo.

Sábado 23 de febrero
Anjuna
Por la mañana tomé un bus hasta Mapusa, y luego otro que me llevó a Anjuna, un poco más al norte. En teoría hubiese sido más lógico empezar mi viaje por aquí, y luego bajar hasta Palolem, pero como me quedé con los americanos, no pude hacerlo así. Aunque de todas formas, siempre tendría que volver a Panjim para continuar mi ruta hacia el sur, pues ésta es la ciudad mejor comunicada. El paisaje había cambiado considerablemente desde Mapusa, y los verdes campos de arroz se habían metamorfoseado en unos más áridos y cerrados bosques, no tan acogedores. Nada más bajarme del bus en Anjuna, cometí el inmenso error de aceptar el ofrecimiento de Sahi, el primer indio que me abordó. Éste me dijo que su pensión estaba situada al borde de la playa y que tenía todo tipo de habitaciones. Una vez allí (me llevó en moto) nos metimos en una lóbrega habitación por la que me pidió 300 rupias (unas 1200 pesetas). No sé como acepté, aunque lo más seguro es por mi inexperiencia con los precios (ahora nunca hubiera pagado eso) y por mi cansancio. No solo me endosó la habitación por 5 días (mi intención era quedarme menos tiempo) sino que me hizo alquilarle una pequeña motocicleta y pagarle todo por adelantado (y sin un solo comprobante o registro). En fin, que me timó bien timado. Sobre todo por los problemas que más adelante tendría con el dichoso ciclomotor.
Una vez instalado, me di una vuelta en moto para probarla. Me acerqué hasta un especie de mercadillo, al borde de un bonito acantilado y regresé a mi habitación. Luego me fui a la playa andando, aunque más adelante descubriría que debería haberlo hecho con mi vehículo, que por algo lo tenía. Me quedé en la pequeña playa de South Anjuna, que es donde había más ambiente. En dos de los tres chiringuitos pinchaban música trance a todo volumen desde primera hora de la mañana. Comí en uno de ellos y por la tarde volví a tomar la moto. No sé todavía como, pero perdí las llaves de ésta, justo antes de que se pusiera el sol. Estuve dando vueltas por todo el pueblo pero no aparecieron. Tendría que encontrar a Sahi para comunicarle la mala noticia. Después de cenar en un restaurante desolado, me metí en un cibercafé. Me acosté bastante pronto pues no encontré ningún bar cercano que estuviera animado, pero no pude dormirme hasta tarde pues mis vecinos israelíes no pararon de pinchar música techno a todo volumen hasta las tantas de la madrugada. Además, por desgracia, esa sería la tónica de las noches siguientes, un horror. Mi pensión parecía el epicentro de una rave israelí continua.

Domingo 24 de febrero
Anjuna
Decidí ir en moto-taxi hasta Arambol, una localidad más al norte que me había recomendado mi amigo Ricardo. Tras un trayecto bastante largo, de casi una hora (no hubiera llegado nunca con mi moto), llegué a este tranquilo y bello paraje. Atravesé su gran playa principal hasta alcanzar otra, más pequeña y acogedora. Buscaba la comunidad de hippies que siguen viviendo en los árboles del bosque situado en sus aledaños. Me metí por un largo y estrecho caminillo a través de los arbustos, que me llevó a una especie de altar a los pies de un gran árbol, pero no conseguí avistar a los supuestos habitantes. Tan sólo había una pareja de turistas tan sorprendidos como yo. Entonces apareció un joven occidental y nos dijo que éramos bienvenidos y que sólo teníamos que descalzarnos, en señal de respeto. No me quedé mucho más tiempo allí.
De regreso a la playa, me bañé en el mar y comí en el único chiringuito de esa playa. Para volver a Anjuna tuve que pagar un poco más que a la ida. Para llegar hasta aquí se tiene que atravesar un gran río mediante un ferry gratuito para peatones y motocicletas. El barco va cargado hasta los topes y es frecuente que hayan accidentes por dicho motivo (hundimientos, para más señas, como sucedió con un ferry semejante días más tarde). Ya en mi pensión, hablé con Sahi que me dijo que la broma de las llaves me costaría 500 rupias, ya que había que cambiar las cerraduras. Lo más extraño es que al cabo de media hora la moto estaba ya lista. Pondría la mano en el fuego que no se cambió nada de nada, sino que me dio una llave de repuesto. Lo peor estaba por llegar, ya que entonces la moto no arrancó. Mi total inexperiencia con los vehículos de dos ruedas me supuso no saber arrancarla manualmente, y por lo tanto no poder disponer de ella un día más.

Lunes 25 de febrero
Anjuna
Una vez aclarado el arranque del ciclomotor, me fui a visitar a un amigo de mi tío, un antiguo jesuita que vive en esta localidad. Después de dar un montón de vueltas, conseguí hallar la casa, pero resulta que esta persona no se encontraba allí, sino que había ido unos días a Bombay con su mujer. Que mala suerte. A lo largo de dos días sucesivos volvería a la misma casa con idénticos resultados. Luego visité las localidades vecinas de Vagator y Chapora, que no están del todo mal, y acabé comiendo en el chiringuito habitual de South Anjuna, desde donde más tarde disfruté de la bella puesta de sol. Allí mismo había una pequeña colina desde donde se podía practicar el parapenting. Por la noche cené en el Starco’s, un hotel restaurante situado enfrente de la parada de autobús, donde conocí a Alex, un sueco de 19 años que pasaba una temporada en India, antes de enrolarse en la marina de su país. Éste me comentó que el Primrose Café, situado en Chapora, no estaba mal, y allí me dirigí. Debía ser todavía muy pronto porque el panorama estaba de lo más tranquilo. Me tomé una cerveza y me fui. Otro día regresaría y la cosa estaría mejor. Lo más curioso, es que en mi hotel, esa noche todos los israelíes estaban durmiendo...

Martes 26 de febrero
Anjuna
Quedé con Alex en el Starco’s y nos fuimos en nuestras motos a la playa de Little Vagator. Ésta era muy pequeña y apenas había nadie. Allí nos tomamos algo, y después él se marchó. Yo me quedé un rato más y me bañé, para más tarde volver a la playa de South Anjuna (en ésta tampoco no había demasiada gente). A las siete de la tarde nos volvimos a ver en nuestro punto de encuentro habitual, y nos dirigimos a un restaurante francés llamado Max, con un menú que no estuvo mal, y que nos costó un poco encontrar. Después regresamos al Starco’s, donde se encontraba una pareja de suecos veteranos amigos de Alex.

Miércoles 27 de febrero
A la una del mediodía, Alex no apareció, y después de esperarle media hora, me fui solo al mercadillo semanal de Anjuna que tiene lugar cada miércoles. Este mercadillo ha pasado de ser un cosa insignificante a contar con innumerables casetas y tenderetes en la actualidad. Incluso llega gente de localidades vecinas en barcas, que atracan en la playa de South Anjuna. Allí me di una vuelta y cambié mi toalla de baño por un sarón de color lila. Casualmente, me encontré con Thomas y su novia (no recuerdo su nombre), una pareja (él alemán y ella suiza) que viajó conmigo en el mismo avión que nos llevó de Frankfurt a Bombay. Me quedé con ellos y con una pareja canadiense amiga de éstos muy simpática. Lástima que yo al día siguiente me marchaba de aquí. Decidimos ir a tomar algo a la German Bakery (la de aquí no la conocía). Después quedamos para cenar más tarde en Chapora, donde se hospedaban ellos. Pero resulta que al salir de la German Bakery yo me quedé sin gasolina, en medio de la carretera, y ya a oscuras. Sahi, mi casero, me había dicho que tendría suficiente combustible para los cinco días... Por suerte, en India es mucho más fácil encontrar carburante que en Europa. Tan solo tuve que andar un centenar de metros y en una tienda me pusieron un litro de gasolina en una botella de plástico (de paso descubrí que Sahi también me había timado con el precio de la gasolina). Por fin acabé cenando en Willy’s, una pizzería bastante buena de Chapora con las dos parejas de antes. Y luego me acerqué yo solo al Primrose, que al ser más tarde que en la ocasión anterior, estaba mucho más animado. Pinchaban música electrónica y la pista de baile, al aire libre, estaba decorada con pinturas fluorescentes. También había un concurrido cibercafé en el interior del edificio. Alex, al que no había vuelto a ver (a pesar de pasarme por el Starco’s) me dijo que el Nine Bar también estaba bien, a partir de la puesta de sol, pero nunca llegué a visitarlo. Me perdí igualmente una de las conocidas Full Moon Party, o fiesta de la luna llena, que tienen lugar una vez al mes en esa localidad, y que duran casi todo un día, a ritmo de música trance y que se aguantan con la ayuda de todo tipo de sustancias tóxicas.

Jueves 28 de febrero
Panjim
Por la mañana tomé un bus a Mapusa, y de allí otro a Panjim. Fue la tercera y última vez que llegué a esta ciudad, porque por la tarde tomaría un bus nocturno que me llevaría más al sur, a Hampi. Dejé mi mochila delante de la agencia de viajes, me di un paseo por el templo de mi anterior visita, y comí en un restaurante recomendado en mi guía, el Delhi Durbar, que no estuvo mal. Bastante oscuro, como la mayoría de restaurantes que había visto hasta entonces, y con unos camareros vestidos (más bien disfrazados) de guardias indios de época. Luego di un paseo por la orilla del río Mandovi y me eché una siestecita en un banco. Después de pasarme por un cibercafé, me presenté a las siete de la tarde delante de la parada del autobús a Hampi.


Si valoro mi experiencia de unos 15 días en Goa, me quedo definitivamente con mi estancia en Palolem, un pequeño paraíso, tanto por su belleza (sin duda, una de las playas más bonitas de este Estado), como por sus reducidas dimensiones (a diferencia de Anjuna, donde es necesaria la moto) y por su tranquilidad. Arambol también es un buen sitio para aquellos que busquen un poco de paz y relajación. Todos los que busquen las fiestas y la “movida” electrónica, tendrán que quedarse en Anjuna y alrededores (Chapora, Vagator...). Aunque sin duda todas las playas de Goa son un lugar idóneo (y muy turístico) para descansar, después de pasar por un hervidero como Bombay. Y por supuesto no hay que perderse las increíbles ruinas e iglesias de Old Goa, ni la agradable capital Panjim.

10 de octubre de 2007

Crónicas indianas (1)

Jueves 14 de febrero
Bombay

Mi llegada a Bombay, a las tantas de la madrugada, fue de lo más desalentadora. Después de pasar por los inevitables trámites de inmigración, de recoger mi mochila -que por alguna desconocida razón estaba empapada (llegué a pensar entonces que algún shampoo se habría reventado, pero debió ser simplemente la lluvia)- y de cambiar dinero (a un cambio paupérrimo), opté por tomar un taxi prepagado que me dejara en mi hotel. Éste estaba situado en Colaba, una de las zonas populares de Bombay, cuya reserva no había acabado de formalizar por internet. Nada más salir al exterior, pude notar el habitual calor de la India. Me embargó una sensación de haber entrado en una sauna o baño turco. El taxista, un sij tocado con su turbante característico, inició la larga ruta después de haberse tirado un sonoro pedo (y después de haberme hecho esperar unos minutos en su auto aguardando todavía no sé que). Nada más salir, después que yo le indicase el nombre de mi hotel, el conductor me preguntó si tenía una reserva y si quería ir a otro establecimiento muy barato. Ya estaba prevenido de este tipo de situaciones y mi respuesta fue que no, que ya tenía reservada una habitación (lo que no era del todo cierto). Después de unos tres cuartos de hora, en los que recuerdo que el viejo coche se saltó tropecientos semáforos (aunque todo sea dicho, no había ni un alma en las, más adelante, bulliciosas calles de Bombay), llegamos a nuestro destino, el Hotel Gulf. Reconozco que durante el trayecto no pude evitar pensar en lo peor, es decir que el taxista me llevase a un lugar desértico, me robara y me dejara tirado allí. Afortunadamente, esto no ocurrió. Pero desafortunadamente, el conductor se equivocó de hotel. Mejor dicho, se produjo una lamentable confusión. El lugar en el que me dejó fue el Gulf Hotel, que no tenía nada que ver con el anteriormente mencionado. Ignoro si fui yo quien intercambié el nombre, pero después de darle una propina (menos de lo que descaradamente me pidió), y una vez que ya se hubiera largado, me encaminé hacia el modesto edificio. La primera impresión fue lamentable, al ver un par de tipos durmiendo en el suelo, a sus puertas. Peor aún fue subir en su ascensor, en el que perplejo vi que también servía de cama a una tercera persona. Eso no fue todo. Una vez arriba, tras enseñar mis papeles de la supuesta reserva a través de internet, me aseguraron que estaban llenos y que además ese no era mi hotel. Me dijeron que el Hotel Gulf se encontraba a la vuelta de la esquina, lo que no me creí en absoluto, no sé porqué. La situación no podía ser más deprimente: a las tantas de la madrugada en un país extraño, cansadísimo y sin hotel. Gracias a Dios, uno de los empleados se ofreció a acompañarme hasta el otro establecimiento, detalle que nunca dejaré de agradecerle (a este sí que le di una buenísima propina). Efectivamente, el nuevo hotel se encontraba a escasos metros del primero, y lo mejor es que no estaba lleno. Después de mostrar mis papeles, que ignoraron olímpicamente, me dijeron el precio de las distintas habitaciones: 900 rupias (unas 3.600 pesetas) la doble con lavabo, tele y aire acondicionado; y 200 rupias la individual sin todas estas comodidades. Por ser la primera noche, decidí darme algo de confort y opté por la doble. Ésta no disponía de ninguna ventana, era minúscula, y lo que es peor, se encontraba al lado de la recepción, por lo que se oían ruidos a todas horas. Pese a todo esto, acepté gustosamente pues ya no tenía ganas de ninguna sorpresa más. Por los nervios y la tensión del viaje no dormí demasiado bien, y me pareció escuchar unos ruidos extraños provenientes del piso superior. Esa primera noche creí que se trataba de algún animal, un perro por ejemplo. Qué iluso. Un día más tarde entendería, con horror, que esos ruidos aleatorios que se escuchaban por todas las paredes no eran más que los de ratas atrapadas entre los distintos tabiques del hotel. Y entonces si que necesité de mi walkman para conciliar el sueño.

Viernes 15 de febrero
Bombay
Salí sin desayunar a descubrir la ciudad. Llegué hasta la Puerta de la India, lugar turístico por excelencia, situado en las proximidades del hotel, y delante del cual varios turistas indios se fotografiaban (yo curiosamente no tomé ninguna instantánea, pensando que volvería a pasar más veces). Intenté encontrar alguna cabina de teléfono para llamar a mis padres, pero en la calle no se veía ninguna. Empezaron a abordarme taxistas que me ofrecían tours de la ciudad, mencionando todos ellos los típicos lugares turísticos. Tras darles a todos negativas, me dirigí hacia un locutorio telefónico. Por el camino, una niñita no cesó de pedirme dinero y hasta incluso que le comprara comida. No me dejó hasta que me metí en el establecimiento, que también disponía de conexión a internet. Después de un intento fallido de llamada a cobro revertido a través de “España directo”, conseguí hablar con mis padres en Barcelona y decirles que me encontraba bien, pese a la peripecia del hotel. Acto seguido, me puse a deambular sin rumbo fijo a través de las agitadas calles de Colaba. Reconozco que me agobié, y que me empecé a preguntar que demonios hacía yo en este país. Finalmente, por pura casualidad, llegué hasta el “Salvation Army”, uno de los hostales más baratos de la ciudad (se halla en muchas de las principales ciudades indias), y comí allí un menú por un precio realmente módico. Si mi memoria no me falla, unas 12 rupias (48 pesetas), en las que se incluía un plato de pasta bastante picante, una sopa y una fruta exótica y dulce que parecía una patata (de cuyo nombre me es imposible recordar). Allí, aparte de ver a algunos viajeros, con los que no intercambié ninguna palabra, entablé conversación con uno de los amables camareros. Este me ofreció hacer un tour de la ciudad en el taxi de un amigo suyo. Como no tenía nada planeado, me pareció una buena idea. Después de regatear un poco el precio (mucho menos de lo que hubiera debido), acordamos que vendría a buscarme al cabo de un rato. El camarero ya me había avisado que el tour incluía la visita de un par de tiendas (en las que el taxista se llevaría una comisión), pero que no tenía que comprar nada si no quería. Cuando llegó el conductor, intentó empezar por la parte comercial, algo a lo que yo me negué tajantemente, diciéndole que mejor dejarlo para el final. Nos sumergimos los dos en un tráfico diabólico, en el que los continuos bocinazos y cruces entre vehículos eran algo totalmente natural. Primero nos detuvimos un instante (el tiempo de que yo tomara un par de fotos) delante de la bonita universidad de la ciudad, un espectacular edificio victoriano situado enfrente del larguísimo paseo marítimo de la bahía de Back, bañada por el mar Arábigo. Continuamos hacia el norte por Marine Drive, sin pararnos en Chowpatty Beach (la única playa de la gran urbe y muy poco recomendable para bañarse) hasta llegar a Malabar Hill, la colina por excelencia de Bombay. Allí, después de una breve visita a un pequeño templo, situado al inicio de la serpenteante carretera, llegamos hasta los Jardines Colgantes. Estos sirven de lugar de reposo para todo tipo de ciudadanos, desde las parejas de enamorados, hasta los numerosos grupos de escolares. Allí tuve mi primer susto, al encontrarme con un hombre que extrajo de un saco que llevaba colgando una cobra, y que parecía dispuesto a hacerla bailar al son de su flauta si le daba unas cuantas rupias. Dije que no, gracias, y desaparecí rápidamente. Estuve una hora paseándome por los jardines y el parque adyacente.
Cuando regresé al coche, pasamos por delante de las Torres del Silencio, lugares donde se abandonan los cuerpos de los muertos para que sean picoteados por los buitres y se “purifiquen” de esta manera. Claro que dichas torres no se pueden visitar a menos que se acuda a uno de estos particulares funerales. Desde allí nos dirigimos hasta el museo del Mahatma Gandhi, donde se explica detalladamente mediante fotos, escritos y escenografías, la vida y los momentos estelares de dicha figura pública de tal importancia para la India. Nuestra siguiente y brevísima parada fue delante de los Dhobi Ghats o lavaderos municipales, donde centenas de personas lavan afanosamente la ropa proveniente de todos los rincones de Bombay. Finalmente, mi amable conductor me esperó a las puertas de la impresionante estación principal de Chatrapathi Shivaji, también conocida como Victoria Terminus, un colosal edificio que mezcla los estilos barroco, victoriano y góticos a partes iguales. Allí, después de preguntar media docena de veces, conseguí dar con el mostrador reservado a turistas extranjeros, que resultó estar cerrado. Mi objetivo era adquirir un billete para las tentadoras playas de Goa, misión que dejé para la mañana siguiente.
Ya solo me quedaba afrontar las tiendas incluidas en el tour. Fueron dos, situadas en pleno centro de Colaba. En la primera no compré nada, pese a los continuos esfuerzos de un vendedor empeñado en colocarme carísimos pañuelos y bufandas de cachemira, entre otros muchos artículos. En el segundo establecimiento, mi resistencia ya no llegó a tanto. Acabé haciéndome con un mantel de mesa que más adelante utilizaría como toalla de ducha. Una vez finalizada mi adquisición, regresé al taxi y le pedí a su conductor que me dejara en el vecino Prince of Wales Museum. Acabé dándole incluso una buena propina. El museo, bastante aburrido, comprendía una vasta colección de esculturas, cuadros y tejidos hindúes. Sólo su parte final, la de historia natural, con algunos ejemplares disecados realmente impactantes, me entretuvo. Una vez concluida la visita, me dirigí hacia el paseo marítimo (que curiosamente me recordó un poco al Malecón de La Havana) donde contemplé la puesta de sol. Acto seguido me perdí por las callezuelas de Colaba y me metí en uno de los numerosos y baratos cibercafés de la zona, donde me dispuse a escribir la primera de mis crónicas del viaje en mi web personal. Y acabé cenando en Leopold’s, un lugar aceptable infestado de turistas extranjeros. Allí compartí mesa con Himanshu, un simpático hombre de negocios procedente de Gujarat (todavía no habían tenido lugar los violentos disturbios acontecidos poco después en esa zona). Éste me invitó a una cerveza (bastante cara debidos a las tasas locales), que cargó en su cuenta como gasto de empresa. Una vez terminado, nos despedimos y regresé a mi hotel, donde estuve viendo la televisión durante un rato. Debido a mi cansancio, me dormí rápidamente, pero al cabo de un par de horas los extraños ruidos del día anterior me desvelaron. Las malditas ratas no paraban de pasearse por todos lados, y la sensación era realmente angustiante y de impotencia. Sabía que no tenían ningún lugar por donde entrar, pero escuchar sus movimientos me impedía pegar ojo. Cosa que al final conseguí, como ya he dicho antes, gracias a la música de mi walkman.

Sábado 16 de febrero
Bombay
Por la mañana dejé el hotel, que me había salido carísimo para los precios habituales de la India (Bombay es la ciudad más cara del país), y me dirigí a la estación de tren. Mi decepción no pudo ser mayor cuando comprobé que no quedaban plazas a Goa para las dos siguientes jornadas (mi idea era tomar un tren nocturno y durante el día visitar la isla de Elephanta y sus cuevas). Pero allí mismo un personaje me llevó a un puesto de autobuses, y me convenció para que tomara un bus de 17 horas hasta las conocidas playas. La idea no era demasiado tentadora, pero con sólo pensar que tendría que pasarme por lo menos 48 horas más en Bombay, me decidí inmediatamente. Como no, pagué la novatada a un precio bastante elevado. El autocar salía en un par de horas, creía yo que desde la vecina estación. No podía estar más equivocado. Para pasar el tiempo y comer algo me fui a un vecino McDonald’s, donde probé la MCMaharajá, una hamburguesa picante bastante buena (no sé exactamente de que tipo de carne estaba compuesta). A la una y media del mediodía, me presenté donde había comprado mi billete. Un anciano debilucho me dijo que le acompañara hasta el autocar. Mi suplicio acababa de empezar. Con mi mochila a cuestas y un calor de mil demonios anduvimos por el centro de Bombay durante casi media hora hasta llegar a la maldita parada. Al cabo de 10 minutos de caminata, le pregunté al viejo indio si faltaba mucho y me respondió que no, que casi estábamos. A todo esto, yo tenía que seguirle mientras sorteaba el peligroso tráfico cruzando a través de cualquier lugar. Lo peor fue cerca del final. Yo ya estaba mosqueado porque se acercaban las dos (hora de salida del autocar) y todavía no habíamos llegado. Entonces mi guía preguntó a alguien una indicación. ¡Lo que faltaba! El buen hombre no sabía ni donde estaba la parada. Eso ya me puso a mil por hora. Porque aparte de la caminata, del peso y del calor, creía que iba a perder el bus. Finalmente, conseguimos llegar a las dos peladas. Yo estaba cabreadísimo y le dije al viejo que si llego a saber que la parada estaba tan lejos podríamos haber tomado un rickshaw. Este ni se inmutó y me pidió una propina, a lo que yo me hice el sueco y me metí en el autocar sin darle nada. Pero dentro de éste, un chaval me empezó a insistir en que le diese 50 rupias por haber metido mi mochila en el portaequipajes. Como me pareció mucho dinero, pregunté a una pareja de extranjeros que se encontraba al lado, y me dijeron que no había que pagar absolutamente nada. Pero el niño no paró de insistir, con una rabia sorprendente, hasta que le di 20 rupias y por fin se marchó. El largo viaje fue mejor de lo esperado. Mi lugar era una litera que se encontraba en la parte superior del bus. Desde allí pude ver los enormes y escalofriantes suburbios de Bombay, donde miles de chabolas se apiñan en un paisaje sobrecogedor. Abandonar la ciudad no fue fácil. El densísimo tráfico nos retuvo allí casi dos horas.


Sin duda Bombay me produjo un shock, pues fue mi primer contacto con India. Además, la había glamourizado bastante, y no pensaba en absoluto en encontrarme con lo que vi: un lugar caótico, superpoblado, sucio y con una vivísima mezcla de olores. No obstante, a posteriori, y tras cuatro meses en los lugares más diversos del país, opino que no es un lugar tan abominable como algunos dicen, incluso es bastante bonito, pese a que no hayan demasiadas cosas que hacer allí. Encima, me quedé con las ganas de visitar la isla de Elephanta y sus cuevas esculpidas de templos budistas.

¿Casualidad o déjà vu?


Rompo momentáneamente mi autoimpuesto cibersilencio para explicar algo que no deja de sorprenderme. Al salir de "El ultimátum de Bourne", en el Icaria Yelmo, diluviaba. Esto puede parecer una chorrada, si no fuera porque hace un par de meses aproximadamente, al salir de la misma película en la ciudad de Manila me pilló un tifón... En ambos casos, antes de empezar la proyección no llovía, y al acabarla parecía el diluvio universal (mucho más en la ciudad filipina por descontado). Me ha hecho gracia la coincidencia, ¿o se trata quizás de un ciclo del destino?
En fin, nada más llegar a casa, una casualidad más: he recibido sendos sms de colegas que estaban (por separado, no se conocen entre ellos) en el concierto de Spiritualized, diciéndome lo bueno que había sido... Y todo ello con apenas segundos de diferencia... ¿Conexión telepática? ¿De nuevo el destino? Preguntas que quedan en el aire, y que parecen más propias de alguna serie como "Perdidos"...

PD Por cierto, la trilogía de Bourne es única. A parte de ser sensacional, es el único caso del mundo en que cada una de ellas supera a la precedente... Y esta última es de largo una de las mejores películas del 2007...

9 de octubre de 2007

Crónicas indianas (0)

INTRODUCCIÓN

Este libro que tenéis entre las manos es simplemente el relato de mi primer (y de momento único, aunque espero regresar algún día no demasiado lejano) viaje a la India, durante los meses de febrero a junio de 2002. No quiero explayarme sobre las razones que me llevaron a visitar este gran país (en todos sus sentidos), aunque me gustaría reconocer que mi principal fuente de inspiración fueron las magníficas crónicas publicadas en la web de Geoplaneta de mi amigo y compañero periodista Ricardo Mir. Fue al leer sus fascinantes escritos en directo (durante la primavera del año 2001) que me entraron unas ganas enormes de visitar este país. El hecho que su autor viajase solo y sobreviviese a la experiencia, acabó por convencerme de intentar algo semejante.
Y no fue hasta febrero de 2002 que pude embarcarme en esta aventura. Durante el mes anterior, me dediqué a vacunarme contra distintas enfermedades y a preparar mi itinerario. Para evitar el progresivo calor del sur y el frío reinante en el norte, empezaría mi viaje por Bombay y me desplazaría hacia el sur, a las conocidas playas de Goa. Posteriormente, seguiría siempre en dirección al sur, parándome en lugares tan singulares como Hampi, que Ricardo me había recomendado encarecidamente no perderme. Visitaría la moderna ciudad de Bangalore (conocida como la “Silicon Valley” de la India) y llegaría hasta la bonita capital del estado de Kerala, Cochin.
No obstante, también acabaría visitando lugares que en principio no tenía planeados, como las hermosas playas de Varkala, las inolvidables y casi vírgenes Islas Andaman o la pequeña y acogedora localidad de Dharamsala, donde vive exiliado el Dalai Lama, a los pies de la cordillera del Himalaya.
En mi recorrido tampoco podían faltar ciudades de visita obligada como Calcuta, Delhi o Varanasi (Benarés), ni regiones tan turísticas e interesantes como el Rajastán.
De todas maneras, hay muchos lugares a los que no pude o no quise llegar (y luego me arrepentí, como las cuevas de Ajanta y Ellora, o sitios como Bodhgaya, Rishikesh o Manali). Pese a esto, creo que visité un gran número de lugares. Vamos, que no perdí el tiempo.
Con sólo una mochila (demasiado cargada ya de entrada) a mis espaldas, me pateé una buena parte de la India y, sobre todo, conocí a cantidad de jóvenes como yo, que hacían del Viaje casi una forma de vida. Algunos de éstos eran unos verdaderos conocedores del país, y volvían a él siempre que podían. Otros, los menos numerosos, sólo estaban de paso en un muy breve lapso de tiempo, durante sus vacaciones.
La mayoría de los mochileros son viajeros de larga duración, es decir de unos cuantos meses. Cada uno tiene sus razones para estar allí. Algunas de éstas son puramente hedonistas, otras son culturales, las hay espirituales...
En fin, volviendo a mi viaje, lo que relataré a continuación, a modo de diario (aunque fue escrito a mi regreso: durante mi periplo tomé notas y escribía unas crónicas cada tres o cuatro días en mi web personal) es ni más ni menos lo que me sucedió en ese lapso de tiempo. No pretende ser una guía de la India (para ello ya hay algunas magníficas) ni un libro de consejos, aunque de su lectura se pueden extraer algunas recomendaciones que pueden ser útiles para los viajeros sin experiencia. No me gustan especialmente las descripciones farragosas, por lo que reduciré éstas al máximo, aunque siempre es necesario dar una pincelada de color.
La India es un país que huele a muchas cosas y muy distintas. Esto se da sobre todo en las grandes ciudades, donde choca encontrarse con una gran mezcla de fuertes especies, mal olor y otros aromas más o menos agradables bastante difíciles de identificar.
La segunda cosa que más sorprende es la superpoblación existente. Las calles están abarrotadas a todas horas, y el caótico tráfico reinante es sencillamente demencial.
Otra aspecto que impacta de las grandes urbes, al principio, es su gran suciedad y el estado lamentable y destartalado de las aceras.
Y como no, y quizás lo más importante, la pobreza y miseria que se halla en todos lados, y muy especialmente en los escalofriantes suburbios de las megalópolis. Un occidental ha de acostumbrarse a ser una especie de “diana” andante para todo tipo de gente: desde lisiados, pedigüeños, niños, timadores, vendedores de todo tipo, conductores de rickshaw o simplemente gente que querrá entablar conversación con nosotros por el simple hecho de ser distintos a ellos. Las preguntas suelen repetirse, y entre ellas no faltan las que hacen mención a nuestro nombre, país de origen, situación profesional, estado civil, y muchas otras cuestiones personales que en nuestro país ningún desconocido se atrevería a formularnos. Pero la India es así, y para bien o para mal nos tendremos que acostumbrar a ello. Por esto es necesario armarse de paciencia, mucha paciencia. Y si no queremos ser molestados continuamente, tenemos que evitar ir vestidos en lo posible como típicos turistas, aunque eso sea difícil, y porque pese a todo el camuflaje, se nos ve a la legua. No hay que agobiarse, sino acostumbrarse a esta nueva situación.
Lo más difícil, sin duda, es llegar a un nuevo lugar. Una vez desembarcados del tren o autobús, nos asaltará una horda de conductores de rickshaw para conducirnos a nuestro hotel o pensión. ¡Mucho cuidado! Aparte del precio abusivo que nos querrán cobrar (al llevar la mochila a cuestas somos mucho más vulnerables), intentarán convencernos para que vayamos a un establecimiento de su elección, bajo pretexto de que el nuestro ya no existe, o se ha quemado, o cualquier otra invención del estilo... Esto afortunadamente no siempre es así, pero vale la pena estar prevenido. También nos preguntarán cuanto tiempo llevamos en India, y según nuestra respuesta calibrarán nuestro grado de experiencia. Insisto en este punto: la mayoría de conductores de rickshaw serán nuestros mayores enemigos durante todo nuestro viaje.
También tendremos que acostumbrarnos a regatear. A alguna gente se le da muy bien, y otros, como yo, odian hacerlo, pero no queda más remedio. No puedo decir una regla exacta, pero un consejo es no mostrar demasiado interés en un objeto, y si es necesario, incluso salir de la tienda. Los comerciantes ya se encargarán de que volvamos, mediante una sustancial rebaja de precio. Pero tampoco hay que ofender a nuestro interlocutor con un precio irrisorio, puesto que para nosotros todo será baratísimo.
Tras estas breves indicaciones, pasaré directamente a mi relato. A lo largo de él se pueden encontrar muchas más reflexiones de este tipo.

Cerrado hasta nueva orden

Todo mi vida se ha convertido en una tediosa rutina, incluso este blog. Si escribo, es casi por obligación, por lo que he decidido dejarlo por un periodo indefinido.
Por si alguien todavía no lo sabe, este verano sufrí una ruptura sentimental que por inesperada me dejó muy tocado. Conociéndome, la cosa va para largo, mejor no engañar a nadie. No me será nada fácil de superar.
Seguiré yendo al cine, a conciertos, viendo series (que remedio), pero no lo relataré aquí. Y tampoco es cuestión de ir aereando mis miserias (que todos las tenemos, aunque la mayoría las oculta en el armario)...
En fin, como despedida he decidido colgar las memorias de mi viaje a India de hace ya cuatro años y medio. Son divertidas, ya veréis...

5 de octubre de 2007

Un viaje para perderse...


Esta tarde me han pasado el siguiente documento. Si tuviera pasta, me apuntaba fijo...

No es la primera vez que un destino de película se convierte en objeto de peregrinaje. Aunque la isla de O’ahu ha sido escenario de multitud de películas, es en esta serie donde el emplazamiento cobra una relevancia especial en el propio imaginario del guión, cargado de misterio.
Atrápalo.com, web de ocio urbano y vacacional, ha querido proponer una nueva forma de conocer Hawai al ofrecer tan atractivo tour para los seguidores de la serie. En pleno Pacífico, el viaje al paradisíaco archipiélago hawaiano que se encuentra a 2.000 kilómetros de la costa californiana, ofrece otros clásicos atractivos como la playa de los surfistas de Waikiki donde se forman olas de hasta 5 metros. Ahora además, incluyéndose en 10 días de circuito por las islas, se suma la opción de conocer de cerca los paisajes y enclaves que han protagonizado la serie y realizar el Hummer Tour guiado por O’ahu que conduce a sus visitantes por La bahía Kaneohe, Waikane Pier, el valle Ka’a’awa, las ruinas de Kualoa, o el Museo de las Películas y hasta a 20 localizaciones de la serie Lost durante 5 horas.
Se estima que cada año 5 millones de personas visitan la isla que ha sido además escenario de muchas otras películas como Godzilla, Parque Jurásico, Pearl Harbor, 50 primeras citas o George de la Jungla.
Para los más cinéfilos, Atrápalo ofrece dos modalidades más de viaje: una de ellas empieza en la gran manzana de Nueva York para terminar en la isla de Perdidos y la otra, contando con 13 días y 10 noches, parte de los escenarios de Hollywood para terminar en los mismos parajes de la serie Lost.

Eddie Vedder es el puto amo


Una recomendación musical: la banda sonora de "Into the wild", la última película dirigida por Sean Penn. La firma Eddie Vedder, líder y vocalista de Pearl Jam, y virtualmente se puede considerar como un disco de su banda. Eso sí, de su última etapa más relajada (exceptuando pues su enérgico último álbum). Aquí se pone de manifiesto que el verdadero genio de Pearl Jam es Vedder (con perdón de los guitarristas Stone Gossard y Mike McCready). Venga Eddie, pásate a presentarla por aquí... Eres el puto amo tío...
Y pensar que topé con él hace años, a la salida de la Filmoteca, y que no tuve cojones de pedirle un autógrafo. Nunca me lo perdonaré...

Tremendo final de la cuarta temporada de "El ala oeste de la Casa Blanca"


Recién terminado de ver la cuarta temporada de "El ala oeste de la Casa Blanca", en dos capítulos finales trepidantes. Ésta es sin duda la mejor conclusión hasta la fecha, y deja las cosas en una situación francamente apasionante (no revelaré detalles para no fastidiar a los que no la hayan visto). En esta temporada, nuevamente brillante, aparecen secundarios como Matthew Perry o John Goodman, que más adelante volverán a salir en otra serie del genial Aaron Sorkin, la defenestrada "Studio 60" (otra recomendación ineludible).
El lunes podré seguir con las desventuras de la administración Bartlett, en ya su quinta y penúltima temporada. God bless America.

4 de octubre de 2007

La peli más facha del año


El último film de Neil Jordan y protagonizado por Jodie Foster no dejará a nadie indiferente. Porque es de lejos lo más fascistoide que he visto en bastante tiempo. La historia es sencilla: una locutora de radio (Foster, correcta en su papel de tía dura) es apaleada una noche en Central Park (quien coño le manda meterse debajo de un puente también...), y su novio (Sayid de "Perdidos") resulta muerto del ataque. Ni corta ni perezosa, decide tomarse la justicia por su mano, y empezar a cargarse a peña chunga por su cuenta... Van cayendo como moscas, pero el cerco policial se estrecha. Y claro, el poli bueno incorruptible acaba por no serlo tanto, en un final realmente sonrojante (moral y éticamente).
La peli en sí está bien hecha y es entretenida, pero su apología de la venganza a lo Charles Bronson da ganas de vomitar. Tan solo dos detalles más: la frase de promoción mega facha: "¿Cuánto mal para hacer el bien?"... y el título original "The brave one" (la valiente), que justifica plenamente a tal criminal... Al menos en España se ha optado por el más ambiguo "La extraña que hay en ti"...

3 de octubre de 2007

Altibajos televisivos


Ya ha empezado la nueva temporada de series yankees, y se presenta tremendamente irregular. Por un lado, ya he visto los dos primeros capítulos de la segunda temporada de "Dexter", episodios que por cierto ya estaban disponibles desde el verano, al filtrarse a internet antes de ser emitidos (oficialmente empezó este domingo). Esta serie sigue siendo una de las mejores propuestas de la actualidad. Y no me quiero extender porque en el próximo número de Benzina de noviembre ya escribiré sobre ella (la estrenan en Cuatro). Tan solo decir que estos dos nuevos episodios vuelven a ser brillantes, especialmente el primero, con un Dexter en crisis total, pues lleva más de un mes sin asesinar... Su protagonista, Michael C. Hall (el hermano gay de la sublime "Six feet under") sigue siendo el portento del año pasado, en el papel de su vida.
Por su parte, los dos primeros capítulos de la tercera temporada de "Prison Break" dejan un regusto agridulce. El primero, de mera presentación, es demasiado lento y no augura nada bueno. No puedo desvelar casi nada para no chafar a los que no hayan visto la segunda temporada... Pero el segundo, con un Michael Scofield más listo que el hambre, promete bastante más... Yo le doy un voto de confianza, al menos de momento (espero un cierto paralelismo con "Lost", con una segunda temporada floja y una tercera increíble).
Y vayamos a lo peor de lo peor: "Heroes". De vergüenza ajena. Si el último episodio de su primera entrega ya fue lastimoso, el debut de esta segunda le va a la zaga... Aburrido, lento, mediocre... Ni su sorprendente final da ganas de seguir viéndola... Le daré un par de capítulos más por compasión, pero creo que se hundirá irremisiblemente... Por cierto, me pregunto de donde salió el rumor de que su creador, Tim Kring, era un mozalbete de 24 años, cuando en realidad tiene ¡50! años. Lo peor es que esta noticia corrió como la pólvora entre todos los medios, que así lo reflejaron en su día.